No negaré que mi forma de ser y comportamiento durante la vigente partida en el juego de la vida es algo particular y que en ocasiones esa actitud puede atraer más desprecios que simpatías a quienes por su cercanía llegan a mancharse de mí.
Soy del tipo de personas que albergan en su interior una conceptualidad binaria. Me es muy difícil entender el mundo en un término medio y suelo sufrir permaneciendo en las zonas grises o indefinidas.
Pienso que esta incómoda cualidad puede haber sido originada cuando era muy joven. A mis 10-12 años (en tiempos de Naranjito) me sentí atraído de manera apasionada por el emergente mundo de los ordenadores y de la programación informática. Comencé a vivir esta, desconocida por aquel entonces, y «exacta» afición de manera obsesiva y solitaria en casa, entre las paredes de mi habitación. Desde poco más que la infancia refugié mis atenciones en el código de las computadoras para protegerme y evadirme de la asquerosa e insufrible realidad que era por aquél entonces la vida para mí. Y lo hacía mientras observaba cómo mis coetáneas amistades disfrutaban sin complejos ni ataduras de una muda natural de su pubertad.
Esta actividad desarrollada día y noche de manera incesante durante todo el tiempo me provocó una «deformación profesional». Me abocó a la caída en una espiral de perfeccionismo y control sobre las pocas cosas y personas con las que interactuaba generándose en mi interior una fuerte intranquilidad ante situaciones erróneas, inacabadas o distorsionadas. Este comportamiento me abocó a un aislamiento social al entender y concluir que fuera de mi entorno, del hogar, del ordenador … todo lo que existía escapaba a mi control y podía dañarme.
Aunque no lo crean quienes han disfrutado y sufrido conmigo experiencias en el trabajo, en salidas nocturnas o en reuniones familiares, yo he pasado toda la vida luchando y enfrentándome en silencio contra una poderosa agorafobia latente en mi interior. Todas y cada una de las veces que me he visto «obligado» a pisar la calle lo he hecho sufriendo el dolor de una batalla ganada temporalmente contra mis ocultos temores.
Y no me considero un sociópata porque respeto las leyes y las normas sociales, pero me siento vulnerable e indefenso al tratar con los demás fuera de la seguridad que me proporciona mi castillo.
Y aunque la fuerza del dolor de la soledad haya conseguido sacarme de la cueva de vez en cuando, he sufrido la agonía del que se enfrenta a un terror incontrolable deteriorando en gran medida el placer y el disfrute de las compañías. Esta es una de las razones por las que cuando consigo salir una noche de fin de semana acabo agarrando las cogorzas más monumentales.
Esto es lo que soy y a estas alturas de mi vida ya no me apetece luchar por cambiar y tranquilizar así las almas de los demás.
Rafa.
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